La música, columpiando bajo un sol ardiente,
va y viene de la playa y el mercado
comadreando y caminando por el callejón.
Su ritmo es imponente y empalagoso.
Se pega a la piel como goma y gis
sin uno darse cuenta de su poder.
El volumen quiebra el calor que aprieta la garganta.
Con su lujuria y frenesí, hace que el sudor
pueda bailar, disfrutando de la parranda.
La melodía, cuyas notas que describen color, amor, tristeza,
sorprende al Norte que alborota el mar.
Sin ella, el sol se distrae y no deja que salga la luna.
El tiempo trae definición, identificando cuando trabajar
y cuando, muy lentamente, se llega la hora
de descansar bajo un sol ardiente musical.
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